Hay una práctica entre los más pequeños que consiste en contarse las heridas. Alrededor de los seis años no es extraño oír afirmaciones como ésta: tengo 18 heridas; no, ahora 25. En esa época, cargar con semejante número de marcas en la piel es una proeza digna de reseñarse a la mínima ocasión. Es la misma edad en la que las tiritas tienen un inmediato efecto placebo.
Con el tiempo uno deja de contarlas, a veces incluso intenta obviar que un día existieron. El olvido pasa a ser entonces la tirita. Cure o no, lo parece.