Nunca hasta entonces le habías enseñado tu culo al sol. Blanco, blanco, salido de fábrica, hasta esa mañana en la que a tus padres les pareció una buena idea hacer una excursión a una zona de cascadas antes de llegar a los Pirineos. Aunque era enero, el día no recordaba al invierno, más bien a una primavera suave, llena de luz, de prados verdes y cielos nítidos con nubes dibujadas a lápiz por algún dios de unos ocho años. Sólo alguna capa de hielo en el agua y los árboles pelados recordaban la verdad del calendario. Llegaste dormido hasta allí, subido en una mochila que colgaba de los hombros de tu padre, a cuyos pies se proyectaba la sombra de un hombre embarazado.
Al despertar, habías pasado de estar en el interior de una casa a estar rodeado de piedras redondeadas por el agua que se deslizaba sin un fin aparente rebotando y salpicando de un nivel a otro. Tomaste tu desayuno envasado al vacío del pecho materno. Y, superado el sopor, tu padre arrancó para ti un trozo de hielo. El primer trozo de hielo de tu historia y de vuestra historia conjunta. Un trozo de hielo histórico, en definitiva, con su transparencia y sus burbujas y su frío helador en contacto con la mano, por diminuta que sea.
Después te llevó a acariciar las puntas de unos tallos infinitos. Y fue ahí cuando decidiste que era el momento de poner esa cara tan característica, mezcla de concentración y satisfacción futura, y que indica, sin lugar a dudas, que el intestino se va a liberar de una pesada carga, que pasará a ser soportada por un pañal, en el mejor de los casos.
Y allí mismo, mucho mejor que en un baño de bar con cambiador, tus padres sacaron una toalla azul con ositos y la extendieron al sol, para, a continuación, extenderte también a ti, para, a continuación, extraerte la pesada carga del pañal y dejar literalmente, por fin y por primera vez, tu culo al aire. Semejante frescor ya lo querrían para sí los anuncios de toallitas, pensó tu madre. Y tú aguantaste como siempre feliz por la liberación, mientras el sol emitía exclamaciones con sus rayos: «¡¿cómo puede ser que detrás de pañales tan grandes haya culos tan pequeños?!».

En un lugar así sucedió todo